La verdad es que la amistad, lo mismo que vida,
evoluciona, se transforma; al fin somos seres vivos; nada permanece igual
por mucho tiempo.
En la niñez y adolescencia todo es pureza,
sinceridad, no hay más interés que el de reir y compartir. Cuando llegamos a la
edad adulta es complicado hacer amigos nuevos que nos lleguen al corazón, con
la profundidad que lo han hecho los de los primeros años de la vida, pero en mi
caso he podido comprobar que tampoco es imposible. Incluso muchos, que también
crecieron con nosotros pero que solo eran conocidos o compañeros, al llegar a
la edad adulta acaban convirtiéndose en amigos profundos. Son esos cambios que
nos han hecho crecer y madurar los que permiten ese maravilloso milagro.
A los
amigos de verdad hemos aprendido a aceptarlos tal y como son con sus muchos
aciertos y sus muchos defectos, igual que ellos hacen con nosotros. Hay amigos
que se alejan de nosotros porque no logran sobreponerse a las penas, dolores y
sufrimientos del pasado y no son capaces de seguir adelante y quedarse con lo
bueno y maravilloso de la vida. No son capaces de aferrarse a la amistad para
sobreponerse. Se quedan anclados y atados a esos dolores y sufrimientos y acaban
dejando su corazón en cárceles crueles que lo único que provocan es más dolor y
separación.
La amistad es uno de los motores del ser humano, nos dota de fuerza, empuje, alegría, felicidad, sacando lo mejor de nosotros y haciéndonos crecer. Al final te acabas dando cuenta que no es
importante cuándo te has hecho amigo sino el calibre y profundidad de la relación, eso y solo eso, es lo
verdaderamente importante.
Y por supuesto, nunca es tarde para cambiar y ser feliz, solo hay que quererlo,
desearlo y ponernos manos a la obra. Está en nosotros tomar la firme decisión
de coger la llave de la cárcel y abrir la puerta, porque como dijo ayer un
amigo: la vida es larga pero pasa rápido!
Luz y amor para todos, PATRICIA
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