Ante cualquier tragedia que ocurre en el planeta todo el mundo se sorprende de la reacción espontánea de las primeras personas que llegan para socorrer a heridas y mutilados, personas con pánico, en estado de shock, niños que lloran llamando por sus padres, acudiendo a los gritos de auxilio con auténtico desespero.
Son los propios habitantes de Angrois, el pueblo del accidente
de Santiago, los que ponen orden y mesura al análisis de su conducta con
humildad y sabiduría.
Todos dicen lo mismo: “cualquier persona habría hecho lo
mismo en mi lugar”, “actué sin pensar en nada más que socorrer a todos los que
pudiera”, “no soy ningún héroe y me queda la pena de no haber hecho más”…
¿Alguien puede pensar que si este accidente se hubiera
producido en cualquier otra parte del mundo ningún lugareño habría acudido a
ayudar?
Nos tienen tan confundidos que nos hacen pensar que la mayoría
somos necios, egoístas, individualistas, mentirosos, que solo buscamos nuestro
propio beneficio, carroñeros, sin sentimientos, con ansias desmedidas de
riqueza y poder, usureros…
Y son, lamentablemente, estos trágicos sucesos los que nos
ponen los pies en la tierra y nos recuerdan que son solo unos pocos los que
responden a las características que acabo de mencionar. Por desgracia son esos
pocos los que dirigen las vidas del resto, los que nos llevan a la confusión,
al dolor y al descreimiento en el ser
humano.
Los habitantes de Angrois no son diferentes a los de
Madagascar, Perú, Nueva York, Noruega o
Japón. No seré yo quien quite un ápice de mérito a lo que estas personas
sinceras y sencillas han hecho en este trágico accidente, pero es que el ser
humano es así: altruista y empático, y por suerte en una proporción muy alta.
No dejemos que las nubes negras, aunque estén mucho tiempo
en el cielo, nos hagan olvidar que detrás siempre está el sol!
Luz y amor para todos, PATRICIA
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