lunes, 29 de julio de 2013

El tren de Santiago la empatía y el altruismo




Ante cualquier tragedia que ocurre en el planeta todo el mundo se sorprende de la reacción espontánea de las primeras personas que llegan para socorrer a heridas y mutilados, personas con pánico, en estado de shock, niños que lloran llamando por sus padres, acudiendo a los gritos de auxilio con auténtico desespero.
Son los propios  habitantes de Angrois, el pueblo del accidente de Santiago, los que ponen orden y mesura al análisis de su conducta con humildad y sabiduría.
Todos dicen lo mismo: “cualquier persona habría hecho lo mismo en mi lugar”, “actué sin pensar en nada más que socorrer a todos los que pudiera”, “no soy ningún héroe y me queda la pena de no haber hecho más”…
¿Alguien puede pensar que si este accidente se hubiera producido en cualquier otra parte del mundo ningún lugareño habría acudido a ayudar?
Nos tienen tan confundidos que nos hacen pensar que la mayoría somos necios, egoístas, individualistas, mentirosos, que solo buscamos nuestro propio beneficio, carroñeros, sin sentimientos, con ansias desmedidas de riqueza y poder, usureros…
Y son, lamentablemente, estos trágicos sucesos los que nos ponen los pies en la tierra y nos recuerdan que son solo unos pocos los que responden a las características que acabo de mencionar. Por desgracia son esos pocos los que dirigen las vidas del resto, los que nos llevan a la confusión, al dolor y  al descreimiento en el ser humano.
Los habitantes de Angrois no son diferentes a los de Madagascar, Perú, Nueva York, Noruega  o Japón. No seré yo quien quite un ápice de mérito a lo que estas personas sinceras y sencillas han hecho en este trágico accidente, pero es que el ser humano es así: altruista y empático, y por suerte en una proporción muy alta.
No dejemos que las nubes negras, aunque estén mucho tiempo en el cielo, nos hagan olvidar que detrás siempre está el sol! 

Luz y amor para todos, PATRICIA

jueves, 18 de julio de 2013

La locura en los ojos de un niño


Estos días he visto en la tele una propaganda de ACNUR, la cual arranca con la imagen de una niña de cinco o seis años con la mirada ida, aterrada. Sus  movimientos corporales se repiten con una misma cadencia, de forma continuada ...
Ver a esta niña de esa manera me causó un profundo impacto. Ver los ojos de la locura en un niño es algo muy duro. Es enfrentarnos de forma descarnada con los horrores de la guerra y de la sinrazón humana. El anuncio dice que la niña presenció la explosión de una bomba, lo que no dice es qué fue lo que ha visto o lo que ha perdido para haber quedado  traumatizada de esa manera.
Todos estamos cansados de ver por la tele esta y aquella guerra, incluso con imágenes duras de tiros, bombas, gente corriendo, otros llevando a heridos o muertos en brazos. Lo tremendo es que hemos llegado a tal nivel de separación emocional  que aquello es como ver una película de la que nos olvidamos rápidamente.

Evidentemente evitar las guerras, violaciones de mujeres en aldeas enteras,  el hambre en campamentos de cientos de miles de refugiados, la muerte de miles de niños de enfermedades superadas como el sarampión… es algo que está muy lejos de la posibilidad de ninguna persona, por muy bien intencionado que se esté. Lo que no deberíamos perder es la capacidad de entristecernos y conmovernos  con estas situaciones, porque sinó habremos perdido una capacidad maravillosa como es la empatía y que es la que permite poner algo de equilibrio en este  mundo que vivimos.

Es gracias a la empatía que existe mucha gente altruista trabajando en ongs de ayuda contra el hambre, el maltrato femenino o la mutilación de la mujer, las enfermedades, etc. y que están poniendo su granito de arena para paliar las grandes vergüenzas de este mundo.

Luz y amor para todos, PATRICIA

sábado, 13 de julio de 2013

Los amigos nos hacen crecer





La verdad es que la amistad, lo mismo que vida, evoluciona, se transforma; al fin somos seres vivos; nada permanece igual por mucho tiempo.
En la niñez y adolescencia todo es pureza, sinceridad, no hay más interés que el de reir y compartir. Cuando llegamos a la edad adulta es complicado hacer amigos nuevos que nos lleguen al corazón, con la profundidad que lo han hecho los de los primeros años de la vida, pero en mi caso he podido comprobar que tampoco es imposible. Incluso muchos, que también crecieron con nosotros pero que solo eran conocidos o compañeros, al llegar a la edad adulta acaban convirtiéndose en amigos profundos. Son esos cambios que nos han hecho crecer y madurar los que permiten ese maravilloso milagro.

 A los amigos de verdad hemos aprendido a aceptarlos tal y como son con sus muchos aciertos y sus muchos defectos, igual que ellos hacen con nosotros. Hay amigos que se alejan de nosotros porque no logran sobreponerse a las penas, dolores y sufrimientos del pasado y no son capaces de seguir adelante y quedarse con lo bueno y maravilloso de la vida. No son capaces de aferrarse a la amistad para sobreponerse. Se quedan anclados y atados a esos dolores y sufrimientos y acaban dejando su corazón en cárceles crueles que lo único que provocan es más dolor y separación.
La amistad es uno de los motores del ser humano, nos dota de fuerza, empuje, alegría, felicidad, sacando lo mejor de nosotros y haciéndonos crecer.  Al final te acabas dando cuenta que no es importante cuándo te has hecho amigo sino el calibre y profundidad de la relación, eso y solo eso, es lo verdaderamente importante. 

Y por supuesto, nunca es tarde para cambiar y ser feliz, solo hay que quererlo, desearlo y ponernos manos a la obra. Está en nosotros tomar la firme decisión de coger la llave de la cárcel y abrir la puerta, porque como dijo ayer un amigo: la vida es larga pero pasa rápido!

Luz y amor para todos, PATRICIA