domingo, 21 de abril de 2013

Aprender a decir no





Que difícil nos resulta a muchas personas decir “no”. La pregunta es ¿por qué?
El caso es que muchos no podemos decir no en muchas situaciones de la vida: a los amigos, a la familia, pareja, los hijos, compañero de trabajo, vecino, etc… ¿Qué peligro entraña decir algunas veces que no?
Todos somos conscientes de la cantidad de errores que cometimos y cometemos constantemente por no decir no. Sobre todo esto es patente y más dramático con los hijos. Todos hemos escuchado que un no a tiempo puede prevenir un sinfín de problemas. Los hijos necesitan límites y cierta dosis de frustración es sana, porque sino lo que creamos son monstruos déspotas y prepotentes que creen que pueden conseguirlo todo, pasando por encima de quien sea.
Está también aquel compañero de trabajo que conoce esta flaqueza nuestra y se convierte en un abusón tirano. Siempre encuentra la manera de librarse de cierta parte de su trabajo, sobrecargándonos sin compasión, e importándole un comino si por su culpa tenemos que quedar más tiempo o andar más estresados.
También está aquella amiga o nuestra madre que llama siempre a la hora que estamos preparando la cena -y que preferimos que se queme antes de decirle “después te llamo”-. Nos dice que vendrá a pasar toda la tarde del sábado y , aunque este cansada como una burra y haya pensado en dedicar esa tarde a dormir la siesta, le digo: “si, si, vente, no hay problema”. Así, les dejamos que vengan aunque los párpados se nos descuelguen sin compasión y la tarde se convierta en un suplicio.
Y como no, la guinda del pastel es la pareja, a la que tampoco nunca le decimos que no a nada: comidas, viajes, cama, horarios, compra, etc, etc...
¿Cuál es el motivo por el que nunca decimos no, qué miedo encierra, qué podríamos perder?
Nos cuesta decir no porque tenemos miedo de perder el amor y aprecio de los demás. No queremos ofenderlos o enfadarlos. Tememos que si decimos no, no cuenten con nosotros la próxima vez. No queremos fallarles, deben pensar que siempre estamos ahí. 
La palabra no, es fuerte, poderosa, es una barrera, es un stop y hay que aprender a usarla.
Debemos empezar a ver el no como una autoprotección, decir no en algunas circunstancias es liberalizador. Nos reafirma como seres humanos con unas necesidades, intereses y límites que los demás deben conocer y seguro comprenderán.
El miedo a perder el amor del otro está en nuestra cabeza, no en la del otro. No conseguimos absolutamente nada con un hijo tirano, una amiga a la que no escuchamos porque nos dormimos o un compañero geta que no nos valora. Sin embargo, si algunas veces dijéramos “NO” aprenderían a valorarnos más, nos percibirían más firmes, seguros de nosotros mismos y lograríamos un mayor respeto.

Desaprender estas conductas no es de un día para otro. Debemos aprender a decir no, poco a poco y con pequeñas cosas. En la medida que vayamos comprobando sus efectos beneficiosos, lo iremos haciendo más a menudo y conforme vaya pasando el tiempo nos sentiremos cada vez más fuertes, más valorados y por supuesto queridos y apreciados.
LUZ Y AMOR para todos, Patricia.

domingo, 7 de abril de 2013

Vivir aqui y ahora, este instante




Muchos occidentales tenemos la mala costumbre de vivir con el tiempo planificado y cronometrado al extremo. En mi caso, años atrás, esta actitud me llenaba de orgullo personal y pensaba: que guay estoy cumpliendo al milímetro el plan o que bien no me he dejado nada de las 30 cosas que tenía previstas hacer en 2.45 horas. Burradas y sandeces de este tipo sobre mi persona podría contar unas cuentas. Es una auténtica carrera de obstáculos, que lo único que provoca es consumir cantidades ingentes de energía corporal y mental, que a lo único que conducen es a un desgaste brutal…
Con los años, la experiencia, los maestros externos y el interno he ido comprendiendo todo esto, al menos de forma intelectual, porque aún sigo cayendo en lo mismo. La única diferencia es que en 2.45 hs. solo hago 20 cosas….
Hay ciertas conductas que es muy difícil  cambiar, pero no imposible. Lo primero es ser conscientes del problema, segundo: entender con el intelecto lo que nos pasa y aceptarlo, tercero:  intentar bajar el ritmo hasta lograr, con el tiempo,  deshacernos del planning y el cronómetro y cuarto: siempre que volvamos a caer en el problema, en vez de quitar el látigo, -la cultura judeo cristiana a la que pertenezco nos enseña que si nos equivocamos debe haber castigo- ser más indulgentes con nuestros errores e ir cambiando estas conductas paulatinamente y sin fustigarnos.

Hace unos cuantos años leí, del swami hindú Yogananda, que los occidentales, siempre vivimos sobrecargándonos de actividad y ponía el ejemplo de una bombilla a la que si se le da una sobrecarga de voltios revienta. Pues eso mismo nos ocurre a las personas sometemos a nuestro cuerpo y nuestra mente  a una descarga energética brutal que lo único que consigue es lesionar el cuerpo y la mente.
Por otra parte, las corrientes orientales manifiestan que el ser humano puede vivir para afuera o para adentro o hacer una sabia combinación de ambas cosas. Einstein manifestaba que tiempo y espacio son relativos, lo mismo piensan estas corrientes. Esto nos debería llevar a reflexionar: entonces ¿qué importancia tiene estar siempre jugando una carrera para conseguir no se qué cosas?....Los orientales dicen que solo existe el aquí y ahora, que esto es lo único real.
Al final acabamos viviendo y pensando en lo que ya pasó o en lo que va a pasar y nos olvidamos del disfrute del hoy, del presente, del momento, de este instante…

Ojala aprenda, porque me gustaría conocer más a fondo y hacerme amiga de este raro placer. Y hasta igual le cojo el gusto y todo! Sin duda, la meditación ayuda y, cuando se practica, es el único espacio que conozco en el que aquí y ahora se hacen totalmente patentes.

Luz y amor para todos, PATRICIA