Que difícil nos resulta a muchas personas decir “no”. La
pregunta es ¿por qué?
El caso es que muchos no podemos decir no en muchas
situaciones de la vida: a los amigos, a la familia, pareja, los hijos,
compañero de trabajo, vecino, etc… ¿Qué peligro entraña decir algunas veces que
no?
Todos somos conscientes de la cantidad de errores que
cometimos y cometemos constantemente por no decir no. Sobre todo esto es
patente y más dramático con los hijos. Todos hemos escuchado que un no a tiempo puede prevenir un sinfín de problemas.
Los hijos necesitan límites y cierta dosis de frustración es sana, porque
sino lo que creamos son monstruos déspotas y prepotentes que creen que pueden
conseguirlo todo, pasando por encima de quien sea.
Está también aquel compañero
de trabajo que conoce esta flaqueza nuestra y se convierte en un abusón tirano. Siempre encuentra la manera de
librarse de cierta parte de su trabajo, sobrecargándonos sin compasión, e
importándole un comino si por su culpa tenemos que quedar más tiempo o andar
más estresados.
También está aquella amiga o nuestra madre que llama siempre
a la hora que estamos preparando la cena -y que preferimos que se queme antes
de decirle “después te llamo”-. Nos dice que vendrá a pasar toda la tarde del
sábado y , aunque este cansada como una burra y haya pensado en dedicar esa
tarde a dormir la siesta, le digo: “si, si, vente, no hay problema”. Así, les dejamos
que vengan aunque los párpados se nos descuelguen sin compasión y la tarde se
convierta en un suplicio.
Y como no, la guinda del pastel es la pareja, a la que tampoco nunca le decimos que no a nada: comidas,
viajes, cama, horarios, compra, etc, etc...
¿Cuál es el motivo por el que nunca decimos no, qué miedo
encierra, qué podríamos perder?
Nos cuesta decir no porque tenemos miedo de perder el amor y aprecio de los demás. No queremos
ofenderlos o enfadarlos. Tememos que si decimos no, no cuenten con nosotros la
próxima vez. No queremos fallarles, deben pensar que siempre estamos ahí.
La palabra no, es
fuerte, poderosa, es una barrera, es un stop y hay que aprender a usarla.
Debemos empezar a ver
el no como una autoprotección, decir no en algunas circunstancias es
liberalizador. Nos reafirma como seres
humanos con unas necesidades, intereses y límites que los demás deben conocer y
seguro comprenderán.
El miedo a perder el
amor del otro está en nuestra cabeza, no en la del otro. No conseguimos
absolutamente nada con un hijo tirano, una amiga a la que no escuchamos porque
nos dormimos o un compañero geta que no nos valora. Sin embargo, si algunas veces dijéramos “NO” aprenderían
a valorarnos más, nos percibirían más firmes, seguros de nosotros mismos y lograríamos un mayor respeto.
Desaprender estas conductas no es de un día para otro. Debemos aprender a decir no, poco a poco y
con pequeñas cosas. En la medida que vayamos comprobando sus efectos
beneficiosos, lo iremos haciendo más a menudo y conforme vaya pasando el tiempo
nos sentiremos cada vez más fuertes, más valorados y por supuesto queridos y
apreciados.
LUZ Y AMOR para todos, Patricia.